El café filosófico (que merecería llamarse “vino filosófico” en honor a la verdad, y al diálogo El Banquete de Platón) “La Sociedad de los Poetas Ebrios”, es una invitación a compartir un encuentro de poesía, música, filosofía y sabores. Lo de “ebrios” es por alusión a la ebriedad que propicia la inspiración de las musas, naturalmente.
Años atrás, y con el auspicio de FM MILENIUM, ya realizamos los encuentros de La Sociedad de los Poetas con una concurrencia de entre 80 y 100 personas cada vez. Hoy, en tiempos de vértigo y agitación, los vuelvo a convocar a nuestros encuentros de poesía y debate filosófico a fin de abrir un nuevo espacio de pensamiento, goce estético, y gratificación espiritual y física. Antaño, nuestra Sociedad ostentó el nombre de “Poetas vivos”, pero según pasan los años…
¿Cuál es el objetivo último de estos encuentros? La curación por la palabra. Ya que Sócrates, hace más de mil años, dijo que:
“La mente debe ser cuidada por encantamientos, y esos encantamientos son las conversaciones bellas. De este tipo de conversaciones brota en las almas de los hombres la fuerza y la paz, y, una vez que ha brotado, resulta fácil proporcionar salud a la cabeza y al resto del cuerpo”.
De esto se deduce que la lectura solitaria de un texto filosófico, así como el diálogo interior, son insuficientes para ese “encantamiento sanador” del que habla Sócrates. El hombre, que no es un problema para resolver, sino una soledad para curar, necesita de los otros para restañar sus heridas, abrir su mente, y hacer descubrimientos espirituales. Por eso en el libro de la República, Platón dijo que:
“Una ciudad surge a causa de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo. Necesitamos de muchos otros”.
Claro que no es necesario citar a un filósofo de prestigio para afirmar algo tan evidente. Pero ya está citado y ahí lo dejamos. Sólo se me ocurre agregar que tanto vale decir “ciudad” como “sociedad”, y que si una sociedad está fundada en torno a las palabras de los poetas, según es nuestro caso, entonces sus cimientos son sólidos, y su única ley, la apertura de la mente y el corazón.
Quisiera dejar en claro que palabras “filosofía”, “espíritu”, “curación”, no las pronuncio con solemnidad sino con cierta alegría despreocupada, y hasta con una buena dosis de desconfianza. De humor. Y de rebeldía. Y en esto, soy de la opinión que la contracultura es más genuina que la cultura, porque la cultura nos tiraniza con su seriedad, su gravedad, y su “importancia”.
Ser cultos es una vanidad. O para decirlo en dialecto local: una reverenda estupidez que no merece la menor reverencia. El escritor norteamericano, Ambrose Bierce, en su “diccionario del Diablo”, lo dijo mejor: “La erudición es el polvillo que cae de un libro a un cráneo vacío”
No. La cultura no es importante. Es más. Suele ser enemiga de la espontaneidad, la simpleza, y las emociones. La vida es lo importante. Los afectos son importantes. Los amigos, el juego, la risa y el amor, son importantes. ¿Y la filosofía? Es la posibilidad de un encuentro más íntimo entre las personas (no digo entre “los seres” para evitar abstracciones etéreas). Pero ese encuentro sólo es posible si la filosofía está matizada, ablandada, impregnada, de pensamiento poético. De poesía. De emotividad. De amor… “El amor, que mueve el sol y las demás estrellas”, reza el último verso de la Divina Comedia de Dante.
Sin poesía (que es música amorosa en palabras), no hay movilización de estrellas ni de corazones. Ni de nada. Ni siquiera de ideas. Sin ella, la filosofía se vuelve seca, pedantesca, y racional.
Claro que la apertura no es algo sencillo, porque el amor no lo es… ¿Y en qué sentido no es fácil abrirse, amar, y sensibilizarse con la poesía de la vida? Un breve diálogo entre un maestro zen y su discípulo nos acerca una clave:
– ¿Qué es el amor?
–La ausencia total de miedo –dijo el maestro.
– ¿Y a qué es a lo que tenemos miedo?
–Al amor, respondió el maestro.
Así que no vamos a abordar la filosofía y la literatura sólo desde el intelecto, sino desde la sensibilidad amorosa y abierta. Desde la “razón vital” diría Ortega y Gasset, o bien, desde las “ideas-sentimiento”, al decir de Dostoyevski. Y ya que se entrometieron estos escritores en mi discurso para decir lo suyo, también lo dejo hablar en mí a ese sentidor genial que fue Miguel de Unamuno, y que dijo: “piensa el sentimiento, siente el pensamiento”. Es decir, que vamos a conversar más desde la intuición sensible que desde el intelecto raciocinante. Y vamos a cabalgar más sobre Rocinante que sobre teorías complejas y sin monta.
Años atrás, y con el auspicio de FM MILENIUM, ya realizamos los encuentros de La Sociedad de los Poetas con una concurrencia de entre 80 y 100 personas cada vez. Hoy, en tiempos de vértigo y agitación, los vuelvo a convocar a nuestros encuentros de poesía y debate filosófico a fin de abrir un nuevo espacio de pensamiento, goce estético, y gratificación espiritual y física. Antaño, nuestra Sociedad ostentó el nombre de “Poetas vivos”, pero según pasan los años…
¿Cuál es el objetivo último de estos encuentros? La curación por la palabra. Ya que Sócrates, hace más de mil años, dijo que:
“La mente debe ser cuidada por encantamientos, y esos encantamientos son las conversaciones bellas. De este tipo de conversaciones brota en las almas de los hombres la fuerza y la paz, y, una vez que ha brotado, resulta fácil proporcionar salud a la cabeza y al resto del cuerpo”.
De esto se deduce que la lectura solitaria de un texto filosófico, así como el diálogo interior, son insuficientes para ese “encantamiento sanador” del que habla Sócrates. El hombre, que no es un problema para resolver, sino una soledad para curar, necesita de los otros para restañar sus heridas, abrir su mente, y hacer descubrimientos espirituales. Por eso en el libro de la República, Platón dijo que:
“Una ciudad surge a causa de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo. Necesitamos de muchos otros”.
Claro que no es necesario citar a un filósofo de prestigio para afirmar algo tan evidente. Pero ya está citado y ahí lo dejamos. Sólo se me ocurre agregar que tanto vale decir “ciudad” como “sociedad”, y que si una sociedad está fundada en torno a las palabras de los poetas, según es nuestro caso, entonces sus cimientos son sólidos, y su única ley, la apertura de la mente y el corazón.
Quisiera dejar en claro que palabras “filosofía”, “espíritu”, “curación”, no las pronuncio con solemnidad sino con cierta alegría despreocupada, y hasta con una buena dosis de desconfianza. De humor. Y de rebeldía. Y en esto, soy de la opinión que la contracultura es más genuina que la cultura, porque la cultura nos tiraniza con su seriedad, su gravedad, y su “importancia”.
Ser cultos es una vanidad. O para decirlo en dialecto local: una reverenda estupidez que no merece la menor reverencia. El escritor norteamericano, Ambrose Bierce, en su “diccionario del Diablo”, lo dijo mejor: “La erudición es el polvillo que cae de un libro a un cráneo vacío”
No. La cultura no es importante. Es más. Suele ser enemiga de la espontaneidad, la simpleza, y las emociones. La vida es lo importante. Los afectos son importantes. Los amigos, el juego, la risa y el amor, son importantes. ¿Y la filosofía? Es la posibilidad de un encuentro más íntimo entre las personas (no digo entre “los seres” para evitar abstracciones etéreas). Pero ese encuentro sólo es posible si la filosofía está matizada, ablandada, impregnada, de pensamiento poético. De poesía. De emotividad. De amor… “El amor, que mueve el sol y las demás estrellas”, reza el último verso de la Divina Comedia de Dante.
Sin poesía (que es música amorosa en palabras), no hay movilización de estrellas ni de corazones. Ni de nada. Ni siquiera de ideas. Sin ella, la filosofía se vuelve seca, pedantesca, y racional.
Claro que la apertura no es algo sencillo, porque el amor no lo es… ¿Y en qué sentido no es fácil abrirse, amar, y sensibilizarse con la poesía de la vida? Un breve diálogo entre un maestro zen y su discípulo nos acerca una clave:
– ¿Qué es el amor?
–La ausencia total de miedo –dijo el maestro.
– ¿Y a qué es a lo que tenemos miedo?
–Al amor, respondió el maestro.
Así que no vamos a abordar la filosofía y la literatura sólo desde el intelecto, sino desde la sensibilidad amorosa y abierta. Desde la “razón vital” diría Ortega y Gasset, o bien, desde las “ideas-sentimiento”, al decir de Dostoyevski. Y ya que se entrometieron estos escritores en mi discurso para decir lo suyo, también lo dejo hablar en mí a ese sentidor genial que fue Miguel de Unamuno, y que dijo: “piensa el sentimiento, siente el pensamiento”. Es decir, que vamos a conversar más desde la intuición sensible que desde el intelecto raciocinante. Y vamos a cabalgar más sobre Rocinante que sobre teorías complejas y sin monta.
Sebastián Dozo Moreno
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