jueves, 17 de julio de 2008

POEMA DEL AMOR EXTREMO

Y luchó con el ángel hasta la Aurora...
Génesis.


Alza Señor tu escudo de diamante
todo fulgor y celo,
ponte Señor tu yelmo invulnerable
y afila los metales de tu verbo:
el oro de tu lengua decidora
(que dota a cada cosa de su peso)
la plata de tu voz que ciega y borra
a lo que no consume su destello.
Pule también el bronce de tu ira
¡Señor de los ejércitos!
que sólo la heredad de tu fe antigua
sólo eso quiero.

Congrega a las milicias celestiales
que pastan en el valle de tu seno,
ordénales que dejen el capullo
de su paz los corderos.
Y asómate a los bordes de la Nada
(la borda del infierno)
a convocar a aquel que por los siglos
zozobra en las oleadas de su cieno.
Que no ha llegado el día de los juicios,
no es hora de confesos,
sino de que se libren las batallas
de Dios y el necio.
Prepárate que ahí voy, orgullo en ristre,
metido en mi armadura de esqueleto
que al par es mi prisión y mi mortaja.
Tan dividido estoy que ya soy cientos,
tan dividido estoy que ya soy miles
montando los corceles de mi infamia
que van sin freno.
Yo soy el soberano de mí mismo
y avanzo en la vanguardia de mis huestes
luciendo un haz de sombra sobre el casco
del cráneo inerte.

No temo a las saetas de tu gracia
y ni a las embestidas de tus fieles
que tienen el furor de Carlomagno
y tienen de San Luis la reciedumbre
¿cómo van a temerle mis atilas
y radagaisos?
Como si un nuevo Ulises de alma impía,
como un nuevo Quijote desalmado,
como un nuevo David con su arma invicta
voy a lanzar al ojo de tu frente
todos mis dardos.






Quiero que mane pronto y a torrentes
de la noche total de tu pupila
la divina tiniebla de tu mente
que yo no alcanzo...
Daré tu corazón, odre latiente
nutrido en el lagar de nuestro llanto,
a las fieras atroces y convictas
de mis estados...

Y en la noche de hielo y tenebrosa
del bosque de mi alma solitario
que el soplo de tu voz ya me deshoja,
refulgirán Señor nuestros aceros,
refulgirán Señor para tu gloria
(en duelo moridor de amor extremo)
refulgirán Señor nuestros aceros...
¡Hasta la Aurora!

*

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